Al entrar conseguí lugar para sentarme, un milagro si los hay, y en eso, en diagonal, veo a esa mujer (desde ahora la lectora) que saca de su bolso La elegancia del erizo.
E inevitablemente pienso: "La eternidad se nos escapa."
Recuerdo a Renée... y también recuerdo el avión en el que devoré ese libro, que junto con sus marcas quedó en Houston, que ni siquiera llego a Nueva York, que era mi destino final en ese viaje. Pero sube gente y no veo ni la lectura, ni a la lectora.
Entonces me paro, confirmando que algunas #EscenasLectoras me hacen abandonar el asiento para seguirlas. Y todos sabemos lo valioso que es un asiento en el #SubteB en estos días. (Típico de Serial killer, diría @skaspin )
Me acerco y veo que no soy la única, que hay muchos modos de leer de reojo.
"Esos días uno necesita desesperadamente el Arte. Aspira con ardor a recuperar su ilusión espiritual, desea con pasión que algo lo salve de los destinos biológicos para que no se excluya de este mundo toda poesía y toda grandeza."
Aparece entonces la lectura que se ve en las acciones. Las manos y los ojos. La boca. Las marcas. El ir y volver sobre una marca y otra. Con el dedo, con un señalador, con un papel. Eso que hace salir de esta pecera.
Y leer sin interrumpir siquiera ante los acercamientos ambulantes.
"De entre las personas que frecuenta mi familia, todas han seguido el mismo camino: una juventud dedicada a tratar de rentabilizar la propia inteligencia, a exprimir como un limón el filón de los estudios y a asegurarse una posición de elite; y luego toda una vida dedicada a preguntarse con estupefacción por qué tales esperanzas han dado como fruto una existencia tan vana. La gente cree ansiar y perseguir estrellas, pero termina como peces de colores en una pecera. Me pregunto si no sería más sencillo enseñarles a los niños desde el principio que la vida es absurda. Ello le robaría algunos buenos momentos a la infancia, pero permitiría que el adulto ganara un tiempo considerable (por no hablar de que uno se ahorraría al menos un trauma: el de la pecera)."
"Esos días uno necesita desesperadamente el Arte. Aspira con ardor a recuperar su ilusión espiritual, desea con pasión que algo lo salve de los destinos biológicos para que no se excluya de este mundo toda poesía y toda grandeza."
Aparece entonces la lectura que se ve en las acciones. Las manos y los ojos. La boca. Las marcas. El ir y volver sobre una marca y otra. Con el dedo, con un señalador, con un papel. Eso que hace salir de esta pecera.
Ir y volver una y otra vez sobre una marca y otra.
Y leer sin interrumpir siquiera ante los acercamientos ambulantes.
Marcar. Cerrar. Guardar. Llegar. Bajar.
"De entre las personas que frecuenta mi familia, todas han seguido el mismo camino: una juventud dedicada a tratar de rentabilizar la propia inteligencia, a exprimir como un limón el filón de los estudios y a asegurarse una posición de elite; y luego toda una vida dedicada a preguntarse con estupefacción por qué tales esperanzas han dado como fruto una existencia tan vana. La gente cree ansiar y perseguir estrellas, pero termina como peces de colores en una pecera. Me pregunto si no sería más sencillo enseñarles a los niños desde el principio que la vida es absurda. Ello le robaría algunos buenos momentos a la infancia, pero permitiría que el adulto ganara un tiempo considerable (por no hablar de que uno se ahorraría al menos un trauma: el de la pecera)."
La elegancia del erizo, de Muriel Barbery