domingo, 11 de agosto de 2013

Libros en el camino. Domingo...¿Día de guardar?

En el camino a votar, mientras pensábamos en comprar el pan y demás enseres para el almuerzo, andábamos Vivi Bilotti y yo con cuidado de no perdernos para siempre en el Parque Chás profundo, cuando hicimos el primer descubrimiento en el camino: delante de un chino, en Los Incas y Victorica, una mesa de libros leídos. Libros a precios razonables, todos los domingos... (No supo el diariero contestarme si el resto de la semana también los podíamos encontrar)



Una mesa con títulos como El último Don, El caso Bourne, La cara del engaño, El principito, entre otros, muchos otros.



"Todos los hombres son completamente responsables de sus actos, cualesquiera que sean las tensiones, el remordimiento o la dureza de las circunstancias."


El último Don, Mario Puzo.


Y luego, en la vuelta, más descubrimientos. Un sembradío de libros en la calle Victorica. Tres mujeres y un hallazgo. Libros en disputa.



Luego de la revuelta, la repartija ...  Vivi se quedó con  poesía en portugués, de Cecilia Meireles, que venía -nuevo descubrimiento- con dos santitos plastificados adentro: Santa Guadalupe, y  Cosme y Damián -que parece ser que te defienden de cualquier enfermedad desesperante-, la vecina que tiraba la basura en el contenedor, con Lacan. Yo elegí a Paul Auster en inglés. Umbanda quedó en la calle Victorica, junto con Sherlock Holmes y algunos más.



"Vagabundeé mentalmente durante varias semanas, buscando la manera de empezar. Toda vida es inexplicable me repetía. Por muchos hechos que cuenten; por muchos datos que se muestren, lo esencial se resiste a ser contado. Decir que fulanito nació aquí y fue allá; que hizo esto y aquello, que se casó con esta mujer y tuvo estos hijos, que vivió, que murió, que dejo tras sí estos libros o esta batalla o ese puente, nada de eso nos dice mucho. Todos queremos que nos cuenten historias, y las escuchamos del mismo modo que las escuchábamos de niños. Nos imaginamos la verdadera historia dentro de las palabras y para hacer esto sustituimos a la persona del relato, fingiendo que podemos entenderle porque nos entendemos a nosotros mismos. Esto es una superchería. Existimos para nosotros mismos, quizá, y a veces incluso vislumbramos quiénes somos, pero al final nunca podemos estar seguros, y mientras nuestras vidas continúan; nos volvemos cada vez más opacos; más y más conscientes de nuestra propia incoherencia. Nadie puede cruzar la frontera que lo separa del otro por la sencilla razón de que nadie puede tener acceso a si mismo."



La habitación cerrada, Trilogía de Nueva York , Paul Auster


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