Lee con auriculares grandes marca Sony. Yo me subo en Tronador y lo veo leer, lo miro escuchar. Lo escucho leer aunque no hable.
Detiene su lectura. Marca el ritmo. Vuelve a leer.
¿Leerá al compás?
Cuando me siento, el título aparece: La mesa de los galanes del negro Fontanarrosa. Otra vez Rosario.
"Sin embargo un día, el Colorado llegó a “El Cairo” considerablemente excitado. Lo había llamado el rubio desde su tanguero reducto de Pompeya, para imponerlo de una infausta noticia: había muerto el padre, aquel viejo ferroviario que inaugurara la estirpe canalla y que supiera jugar en Sparta y Rosario Central. El Colorado —siempre de acuerdo a su versión oral— se había realmente conmovido. Que ese tipo, su simpatía estival, lo llamara al solo efecto de comentarle la muerte de su progenitor, era una palmaria demostración de que aquella amistad (surgida de los colores gloriosos) era más profunda que lo sensorialmente perceptible y que, por lo tanto, el rubio —ahora huérfano— deseaba compartir el momento de congoja con el circunstancial amigo, tan lejano.
—Pero la cosa no terminaba allí —advirtió el Colorado, nuevamente en la Mesa de los Galanes, esta vez enriquecida por la presencia del Pochi y de Belmondo—. La cosa no terminaba allí. Parece que el viejo, antes de morir, pidió como última voluntad, que sus cenizas se tiraran en las canchas de Sparta y de Central, los dos cuadros donde él jugó...
Por los muchachos cruzó una sombra de respetuosa sorpresa.
—La mitad de las cenizas —especificó el Colo— en la cancha de Sparta. Y la otra mitad en el Gigante ¡Mirá vos el deseo del tipo!
—¿Y alcanza para tanto? —frunció la cara el Pitufo, siempre un poco irreverente.
—¡Y qué sé yo! ¡Qué sé yo! Te imaginás que nunca me vi metido en un trámite de éstos, Pitufo.
—¿Era grandote el hombre? —lo del Centu tampoco sonó muy cuidadoso."
Cenizas, Roberto Fontanarrosa
***
Cenas y cafés con amigos de allá y de acá. Encuentros. Estar en el lugar de el hecho. Ver la mesa. Los libros. Las fotos. El Larousse ilustrado que dicen que dejó allí Malena, una de las pocas mujeres que se sentaron en la mesa de los galanes.
Y del recuerdo de El Cairo a la cena del jueves: Ni bien me senté en una mesa repleta de conocidos virtuales o desconocidos reales, uno de los comensales dijo al pasar que era de Rosario. Le pregunte si volvía para allí después de la cena, me dijo que si. Le pregunté si no le llevaría algo a una amiga. Sorprendido me dijo también que si. "¿Tenés acá lo que querés que lleve?". Las carteras femeninas encierran tantos misterios, le dije.
Y entonces viajaron las Postales La Vereda 2013 para Rosario.
Un detective en La Vereda
Juan Pedro Joaquín Casas
Tiene 18 años.
Un tipo vino y tocó el gatillo, cuando le quería sacar la pistola. La bala rebotó en una mosca y le dio a él mismo. Se casó con Lady Gaga.
Como todos los detectives, sale a investigar de noche. Y de día se hace pasar por otra cosa, como le dice su jefe, para que no los descubran.
Cuando le preguntan su nombre, él dice que se llama Gabriel. Y cuando le preguntan su apellido, dice Velázquez. Su sobrenombre es “Cabezón”.
Un detective en La Vereda (fragmento),
creación colectiva (grupo de 9 a 12 años),
Taller de escritores La Verrea, 2013.
Cabe destacar que el comensal al que le pedí semejante favor postal era a este ese entonces de los desconocidos totales. Real y virtualmente hablando.
Pero bueno, todos sabemos que Rosario siempre estuvo cerca.
el policial de creación colectivatiene una pinta bárbara te diré.
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