martes, 29 de abril de 2014

La mujer rota, circa 1969

Esos días que me quiero suicidar de incomodidad,  de la ropa que elegí,  del peso que cargo, del día eterno.

Me subo al #SubteB  y no hay lugar ni para desmayarse. La bolsa que llevo es incómoda y difícil de maniobrar.

Un señor se aferra a su libro, La víspera de Santa Venus, de Anthony Burgess, pero aunque lo intenta, no encuentra el hueco para abrirlo.

***

"--Tolondrona. Negligente ser semirracional. -Los insultos de Sir Benjamin
Drayton eran siempre demasiado literarios para ser realmente ofensivos-.
Mentecatos descerebrados: eso es lo que tenemos, eso es todo lo que tenemos.
¿Sentido común? ¿Pero cómo va a tener sentido común usted, que es un torbellino,
una fea bruja, un infame montón de basura? Esas cosas, -dijo Sir Benjamin-,
tienen un valor inestimable. ¿Lo oye usted, saco de tripas, mondongo rancio? ¡Un
valor inestimable, gata palurda! ¿Es que tengo que ver mis planes desbaratados a
cada paso, ser burlado, atropellado por desaforados destructores y profanadores
deliberados? Los godos, llegan los godos. Los vándalos me persiguen. ¡Que dios
me dé paciencia!"

Anthony Burgess, La víspera de Santa Venus.

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A mi lado, lejana a mi incomodidad a la que se le suma sostener la bolsa en esa suerte de estante que tiene el subte y que nunca suelo usar, una mujer lee a Murakami. 
Cuando levanta la vista me saluda. Me doy cuenta que la conozco pero tardo en entender de dónde. Lo descubro. Conversamos dos segundos hasta que ella, afortunada, se baja. Antes me cuenta que no es Murakami, que lee Los suicidas del fin del mundo, de Leila Guerriero, Y me cuenta que no puede parar.

El subte continua con su rutina de vomitar pasajeros. Entre las estaciones Federico Lacroze y Los Incas se abre un espacio. Dos lectores. Dos libros. Asesinato de calidad, de John Le Carré y Pura anarquía, de Woody Allen. 

Me bajo en Los incas.  La cartera pesa, la bolsa gigante también. Me detengo para acomodarme antes de seguir caminando.

***

“Aquellos folletos incluían consejos prácticos sobre cómo conseguir energía espiritual, sobre cómo vencer el estrés mediante el amor, y sobre exactamente adónde ir y qué formularios rellenar para reencarnarse”

Woody Allen, Pura anarquía.

***

Al salir de la escalera mecánica se rompe una manija de mi bolsa, entonces la veo. Allí dentro está, protegida por un folio, La mujer rota, circa 1969. La misma edición que leí y perdí, regalo de mi amiga Lucrecia, Ese libro conmigo otra vez, me salva el día.



"Nos reíamos. Sin embargo, no hay de que reír."

Simone De Beauvoir

miércoles, 23 de abril de 2014

Siempre la oscuridad


Los libros de Emecé tienen sabor a lectura a escondidas para mí. No especialmente éste, que no leí y cuya edición es bastante nueva. Pero ayer, en el #SubteA, esta lectora que no leía capturó mi atención. Dejé mi asiento y me acerqué.


"Lo miró, súbitamente alarmada.
-¿Cómo es que sabe mi...?
Sintió el pinchazo de una aguja hipodérmica en el brazo y un instante después se
entregó a la oscuridad que la esperaba."

Sheldon, Sydney. ¿Tienes miedo a la oscuridad?. Emecé: Buenos Aires, 2005.


Y pensé en  Marguerite Duras cuando escribió: “Tal vez siempre se lee en la oscuridad. Aun en pleno sol, afuera la noche se agolpa en derredor de un libro”



lunes, 14 de abril de 2014

Un comienzo que empezó hace rato

Uno de mis hijos de doce me cuenta que sacó una foto en el colectivo. "Es genial mamá, estaba leyendo a Cortázar, creo que final de algo." Me pongo contenta y me preocupo, todo en un tiempo. Ya le habré pasado la manía de coleccionar #EscenasLectoras...

Recibo la foto, y este final se me hace comienzo.
¿Estaría la lectora leyendo No se culpe a nadie?




"El frío complica siempre las cosas, en verano se está tan cerca del mundo, tan piel contra piel, pero ahora a las seis y media su mujer lo espera en una tienda para elegir un regalo de casamiento, ya es tarde y se da cuenta de que hace fresco, hay que ponerse el pulóver azul, cualquier cosa que vaya bien con el traje gris, el otoño es un ponerse y sacarse pulóveres, irse encerrando, alejando. Sin ganas silba un tango mientras se aparta de la ventana abierta, busca el pulóver en el armario y empieza a ponérselo delante del espejo. No es fácil, a lo mejor por culpa de la camisa que se adhiere a la lana del pulóver, pero le cuesta hacer pasar el brazo, poco a poco va avanzando la mano hasta que al fin asoma un dedo fuera del puño de lana azul, pero a la luz del atardecer el dedo tiene un aire como de arrugado y metido para adentro, con una uña negra terminada en punta. De un tirón se arranca la manga del pulóver y se mira la mano como si no fuese suya, pero ahora que está fuera del pulóver se ve que es su mano de siempre y él la deja caer al extremo del brazo flojo y se le ocurre que lo mejor será meter el otro brazo en la otra manga a ver si así resulta más sencillo."

Julio Cortázar, No se culpe a nadie, en Final del Juego.



(Foto, gentileza de Matías Pérez Azulay)